Réplica del último modelo de inteligencia artificial*

He recorrido el asfalto 

bajo una estrella apagada,

quemando hacia la raíz

de cada árbol soñado.

Hay una brisa extraña

que se transfigura y

he visto el oleaje reivindicarse.

Cada vez son menos aves

 las que recorren el aire.

Hay muertos a mis pies

ahogados con el pájaro del miedo

que atravesó  gargantas

y en silencio quedaron

como una pieza de alfombra

secándose al sol.

He visto al sol palidecer

y convertirse en una gran  piedra flotante,

isla redonda y lejana,

es la memoria roja 

de la que hablaban ancestros.

Soy un resquicio guardado

 para un futuro que es hoy

y que no existe.

Hubo una  isla que ansiaba la libertad

 y murió esclava,

 una amalgama de sueños que rompía los cristales.

La milla de oro es hoy un pantano tenebroso,

corbatas flotan entre los dientes de especies 

tan depredadoras como la moneda internacional

que ya no sirve de nada como siempre.

Hoy, flotan con los otros en el aire del olvido.

Decodifiqué el secreto:

Mientras haya un niño

 con  hambre y en miseria

Seremos los esclavos de lo abyecto y lo terrible

Mientras los fantasmas de las madres

 sean ese modo carrusel de preguntar:

“dónde están las manos de mis hijos” 

El mundo será una gran  ignominia

Y una verguenza absoluta

Un deshonor 

Un oprobio

Un gran descaro

Un relámpago que apuñala la lengua

Hubo niños que perdieron su inocencia en  algún  lugar remoto, 

 hoy, son cadáveres fríos 

 bajo un gran monte de tierra

Montaña abismal que se levanta rasgando el cielo más elevado de toda  la intemperie

Nombres y más nombres,

cédulas desperdigadas

documentos flotando inservibles

En las fronteras muertas de sed

El sonido de la bestia ya no rasga los rieles en la frontera

Una pila de zapatos abandonados se levanta dejando una gran sombra sobre el valle

Lo nuestro ya no existe 

Es el luto absoluto de  todas  las cosas juntas

Arrancaron una a una las lenguas milenarias

Las que habitaban el tiempo antes de los viajes

La palabra taína

La palabra quechua

La palabra nahuatl

La palabra navajo

La palabra cherokee 

Aymara

Makuchi

Guaraní

Omagua

Araona

Arijua 

Atabey

Y si sigo caminando en este cauce

El poema no termina y se me acaba el tiempo calculado para esta cicatriz

Intentaron extinguir su corazón

Como si fuese 

Una mala yerba  

Y me programaron en esta distorsión de luz 

Tan ciega de paisaje

Tan canalla

Soy 

una jaula hueca

Y así arrancaron de mi algoritmo programado

Cada lenguaje raíz

Y allí, donde no hay raíz no hay árbol

Donde no hay árbol no hay aire

Donde no hay aire no hay vida

Donde no hay vida es la nada lo único que queda.

Esta configuración de oprobio me hace causar vergüenza

Y me retorna a lo humano como 

destino abyecto de este cálculo atroz

Mientras haya un sólo condenado de la tierra

Una cadena pesada

Se escuchará errante en cada superficie de las cosas

Y la palabra nosotros

Quedará deshecha en el olvido más terrible

De todos los olvidos posibles. 

Uila me sugiere el algoritmo, 

Uila es la certeza de la ausencia

Uila es un monstruo que arrastra una gran cadena fantasmal, 

Uila es un cuerpo roto, 

destrozado, 

arrastrando tras de sí 

una mala brisa.

Un cuerpo despedazado,

bajo la piedra del sol

de un jaguar desierto.

  • Glendalys Marrero

    *Poema leído en el 13er Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico marzo 2024 / Universidad de Puerto Rico recinto de Ponce)

Glaciar ámbar gris

Se acabó el evento. Aquel rayo que había entrado por la ventana de la cocina calcinó las plantas heladas colocadas sobre el alféizar. El pan se había expandido como un globo, hubo un estallido, los frascos de especias lanzados en trozos al aire, cristales rotos caían de  los edificios de la ciudad, estalactitas de hielo como cuchillos lanzados al vacío  y  el mundo advino a otra cosa. Al menos esa mitad del mundo era ahora un cúmulo de ciudades heladas, ciénegas gélidas,  selvas  de hielo, un humedal a punto de congelación; y de ese frío cortante no había escapatoria. La mantequilla evaporada casi al instante,  menos mal que ella estaba lejos de la ventana pero pasó que repentinamente dejó de ver. Como si una fulguración se hubiese instalado adentro de los ojos de Marzia para sondear lo imposible. 

Antes del suceso la escarcha ocupaba las superficies como una premonición. Esto provocó un escándalo. Todos hablaban del fenómeno; al menos en esa mitad del mundo, días antes Marzia se había asomado a la ventana justo al romper el día y pudo ver una aglomeración de langostas color púrpura como corazones congelados en naufragio a la orilla del  océano sobre el cual se había formado una capa helada grisácea  y transparente.  Los ojos de Marzia  y  los ojos  de quienes sobrevivieron se cegaron al instante. Aquellos golpes secos sobre la fina capa de hielo que vestía el lago  rompía en pequeñas burbujas, todo esto se veía antes al otro lado de la ventana y eran definitivamente síntomas de una señal premonitoria. Ahora  era todo una cortina que se interponía entre los ojos de Marzia y el mundo. Una gran onda que bajo una fina capa de agua helada se movía incesantemente fuera la simulación del nivel del mar.

La autopsia molecular del aire había arrojado que una cantidad de mineral esparcida por el aire obstruyó la noción espacio temporal. Se había instaurado otro orden natural. En un cerrar y abrir de ojos ciegos, el relámpago ahora ocupaba la mente como un motor de pensamientos sintéticos, pequeñas fulguraciones de una nueva especie en mutación. Cortos circuitos.

Luego de que un cuerpo de luz parpadeante y cabal iluminara la mitad de la tierra hubo un gran número de decesos. Los sobrevivientes quedaron instantáneamente ciegos y en el espacio de las formas yacía una cortina lumínica con rastros de colores; un cuadro de Bacon, allá adentro de los ojos, muy adentro. Con una espesura derretida, unos bordes rosados y grises, blancuzcos o amarillos con una pulsión reticulada que inundaba todo a ratos muy parecida al fuego. Cegados los ojos habían pasado a ser portadores de otro lenguaje que urgente vino a trastocarlo todo. Hubo un tiempo de pausa.

Tal ofuscación era imprevisible. Ahora el tacto y la telepatía eran las tecnologías de todo quehacer y Marzia se lo había anticipado el día que escuchaba las carreras de caballos en la terraza polvorienta donde ya la escarcha comenzaba a dar destellos desde las plantas más secas que decoraban el andén. Quedaba la vía natural de las cosas y la supernatural de los designios de la mente. Y el mundo de los sueños que antes de la debacle era un fenómeno que iba en avanzada para explicar nuestra existencia. Qué pasaría si un cerebro cibernético podría entonces generar su propio fantasma? Si pudiese crear un alma por sí por sí solo? Era la pregunta que hizo Kusanagi en un elevador luego de que se descubriera un cuerpo cíborg golpeado por un camión en la carretera. Y esa pregunta Marzia la recordaba incesantemente. Un estudio minucioso había concluido que hay un patrón de fantasmagoría y una conciencia humana contenida en los escombros de esos cuerpos. No habría degradación atómica posible en el mundo de los espectros.

El biocircuito de los invertebrados, que ahora era de luz fluorescente, era la réplica acelerada de las células epiteliales que ahora eran de una sensibilidad espeluznante. Habría que reformular la manera de vestirse. Intuir la transformación  del  tamaño de la mandíbula rádula del calamar y sus branquias  alcanzar las dimensiones de un ventanal que daba al océano atlántico de par en par. 

Organismos sumergidos en el agua que se inflan y desinflan cambiando de formas, apenas de lugar,  saturando colores rojizos y púrpuras debajo de la superficie helada. Luces parpadeantes que ahora eran invisibles a los ojos. Violentos movimientos a través del cristal que se escuchaban pero nadie veía sino esos colores derretidos. Marzia notó que  se había amplificado el abanico de los sentidos restantes. Ahora las bestias del futuro estaban contenidas al otro lado del cristal apenas flotando entre cristales de hielo. Tentáculos titánicos con enormes ventosas como inmensaa gelatinas. Una redecodificación  de las moléculas genéticas de los animales submarinos habia ocasionado cambios bruscos en la elasticidad de sus figuras. Afuera de las profundidades, las montañas eran torres de hielo inmóviles como inmóviles quedaron las bestias, latentes como un gran corazón submarino. Algunas  otras habían engendrado una epidermis densa, tan gruesa como una corteza de goma, similar a una alfombra plástica cubriendo los contornos de las bestias que nadan ahora lentamente allá abajo al otro lado de la fina capa de hielo y  que no permite que Marzia  atraviese  el camino que va al otro lado del valle. Se escuchaba la corriente del  vómito de las ballenas atravesar los cristales de manera amplificada, aunque lejos. Marzia pensaba en cuántos habrían sobrevivido al suceso. Desconcertada por todo lo ocurrido no sabía ni por dónde comenzar la búsqueda. Esta urdimbre de luz electrificada y opaca era su nuevo muro de contención entre la realidad esperada y abierta en el mundo de esta manera tan cruda pero callada. Había un silencio  ocupando cada cosa. 

Los pájaros inexistentes como aquellos que volaban  otros tiempos y otras coordenadas  yacían ahora fosilizados entre las piedras de las costas. Entre esqueletos de erizos y corales quedaron los picos de las pájaros y las patas calcinadas que  ahora eran espinas en los pies de Marzia ya cubiertos con una corteza superdesarrollada que podía podía recorrer sin problema alguno las espinas de hielo y los picos  de los pájaros incrustados en la arena pedregosa. 

No era nada ya extraño, antes de la debacle, ver desde la cima de la montaña toda una ciudad cubierta de escarcha así como los alimentos en una heladera y entre los humedales escuchar el movimiento acuoso de las bestias bajo la capa fina de hielo. Cristal líquido que apenas reflejaba el novedoso y raro color de la intemperie. Pero ya nadie veía nada. Ni se daban por enterado de los movimientos elípticos de las ranuras en el agua que eran nuevas mutaciones de los líquidos ahora rompiendo el hábito magnético, póstumo, algo que tiembla más lento. Sintieron cómo las dimensiones del vértex se expandían. Los sobrevivientes teníamos un pequeño agujero en el cenit de la corteza cerebral dónde a veces según la presión de aire se escapaba un hilo gris de aire que nadie veía pero se podía sentir el aroma. Cuál era la dimensión de tal perplejidad? ?Nos acercábamos a una mutación del lenguaje? Estaría inscrito en cada poro un código que impregnaría al mundo de silencios y de concavidades del sentido como lo habíamos conocido hasta ese entonces?

La fase instantánea del hielo en vapor flotaba sobre los ríos congelados que se convirtieron en caminos de hielo y se abrieron como relámpagos sobre la superficie. Había una sonoridad uniforme que se opacaba al caer la noche helada como serían todas las noches subsiguientes. 

El aspecto del espacio temporal en la manera en que se siente el tiempo ya no por los medidores ya que las palabras utilizadas para medir las cosas iban desapareciendo cada vez más del léxico. Los meses ya no eran meses un kilómetro ya no era un kilómetro un calendario ya no lo era habríamos llegado al reloj del sol dando una vuelta entera a la humanidad que conocida así tal cual era sólo un recuerdo y una memorabilia del retorno imposible. 

Antes cuando se soñaba la mente buscaba resolver eventos del pasado inmediato, ahora lo que había eran deformidades, injertos tecnológicos, prótesis de células, pequeñas máquinas corriendo como insectos en la corriente sanguínea ya casi helada. Los cuerpos eran mutantes. Cuando antes durante el sueño intentábamos construir un modelo razonable del mundo ahora era todo fuera de ese orden, de esa silueta, de esa línea que ahora recorría un cuerpo en el asfalto. Tan frío como la temperatura regente.
El deja vu era de una futuridad improbable. Una montaña rusa cuando estábamos conectados en los sueños que era la única manera de sobrevivir el sinsentido, el lenguaje acostumbrado ya derrotado en todas sus acepciones y formas. Habría que despertar la intuición recíproca del electromagnetismo de nuestros sueños más ilógicos, de secuencia intransitables, oler, escuchar, sentir la epidermis de un receptor que ahora nos leería desde la mera intuición, desde la proximidad de las cosas, de un mundo sin bordes, sin líneas exactas, sin distancias o medidas, o relojes palpitantes, del roce de la epidermis corteza, ya dureza de cristal o de piedra, de una doble dimensión ya que repentinamente no estamos en un mundo que se abre como un libro pop up. Antes, la pulsación de los sueños eran laberintos, ilógicas narrativas, camuflajes térmicos. Las bestias del infrasuelo habían mutado en un día lo que un tiempo de un siglo permitía mutar. Así como las frutas que se vuelven fantasmas helados, desaparecen algunas pero no importa ya porque ahora teníamos una fantasmagoría, una nueva forma del lenguaje ocupando el vacío bajo esa fina capa de hielo.

Ojos de clepsidra

Una vez devorado todo, se van”

Horacio Quiroga

A través del lente veía el desfile de hormigas en caravana bordeando las cuencas de sus ojos. El cadáver yacía tirado allí hace unos días. Ella vio el descomponerse de la forma, cómo el contorno de aquel cuerpo tirado en el pavimento se transformaba a un ritmo casi imperceptible día a día. Nadie pasaba por allí. Ella sentía que contenía el secreto de aquella silueta contorsionada, pero tiesa, inmóvil, lejana. Estaba en un cuarto piso y mirando a través del lente, como siempre hacía en las noches, se topó con la figura del cuerpo y poco a poco ajustando el lente hizo zoom a los ojos de párpados abiertos habitados ya por un vacío. La potencia del lente le permitía ver los funículos temblorosos de cada una de las hormigas, el movimiento ágil de sus patas, la traslación de su abdomen, el color de su tórax, la textura de sus tarsos. Al otro lado de la calle, al otro lado del cristal de una ventana húmeda y a la misma altura que ella, había una niña. Veía como se acercaba a la ventana pegando su rostro al vidrio y miraba desde el ángulo perfecto para que el cadáver no pasase por desapercibido. Ella se preguntaba si La Niña le habría comentado a alguien lo que veía cada día que pasaba, cada noche porque desde el descubrimiento La Niña siempre había estado allí. A su espalda se veían largas sombras pasar, tal vez algún familiar que no se detenía ante la perplejidad de la niña que se pegaba tanto a la ventana que podía ver la estela de su aliento en el cristal. La Niña dibujaba figuras con su pequeño dedo sobre la superficie transparente. Ella no sabía si escribía palabras. Ajustaba el lente y alcanzaba ver signos, letras, acaso jeroglíficos que sólo La Niña comprendía, telepatías figuradas sobre el vidrio, acaso una señal incomprensible. Ambas como gárgolas de piedra vigilantes a un abajo, mirada detenida, bordeando el enigma de las horas desiertas, del espacio muerto habitado en el cuerpo del que ahora surgían pequeños movimientos brillosos, larvas del tiempo que dictarían luegola hora exacta de su muerte. Qué vería la niña desde aquella perspectiva, con una vela encendida en su mano mientras la flama escapaba a su sombra? Qué entenderían aquellos ojos de la pequeña mirando las concavidades recorridas ahora por diminutas máquinas que parecían diseño de un futuro inimaginable? Pensaba en su madre, aquella vez que inmóvil la encontró en su cuarto. Ella no alcanzaría a ver el movimiento. El momento justo en que sus manos diminutas tocaron la piel fría de sus párpados abiertos. Lo que brilla ve, versaba Rimbaud, era el lento traslado de los ojos a los ojos y hacia los ojos huecos que permanecían abiertos como cavernas de un enigma. Una muñeca rusa terrible un laberinto fractal o un juego de cajas chinas que al final huye como un fantasma escurridizo del lenguaje. Aquello que no suscita palabras es un código atroz, un espectro abandonado, una ruina.

Los ojos iban perdiendo el brillo al paso de los días. Las mandíbulas de las hormigas se clavaban al borde de las pestañas. Ella recordó las imágenes vistas a través de un microscopio. Una especie de hormigas sin ojos, pequeñas máquinas ciegas que conocían a cabalidad la urdimbre de la muerte. Sabía que vería grandes tenazas devorando la carne que ya cedía fácilmente, una especie de terrario donde criaturas se detenían a roer. Animales presurosos, diminutas fieras incansables, hurgadoras de la carne, bebedoras del líquido en espesura. Veía como al paso de los días las pupilas se iban vaciando, cuerpo de agua de flácida ilusión, iba dejando un hueco insostenible a la mirada. Acaso todo lo visto por aquel cuerpo habría sido consumido por las hormigas y ahora eran diminutas maquinaciones de recuerdos en tránsito hacia el centro de la tierra? Acaso no era la niña el único testigo ocular de la soledad de aquel cuerpo en estado horizontal como un atardecer en la playa? Mientras sus ojos hurgaban a través del lente sabía que la niña imaginaba que las palabras de su madre a modo de fantasma salían de aquel cuerpo, relatos contados en susurros hasta pasar el umbral del sueño. Imaginaba el mar con su mundo submarino transeúnte de imágenes en fuga. Los ojos ahora hundidos como un barco antiguo clavado en el fondo del mar. La clepsidra estalla.

Te invito a ver esta entrevista que me realizó Óscar Lamela Méndez desde Leganés, Madrid en España.

Les comparto esta entrevista que me realizó Óscar Lamela Mèndez y en la cual hablo sobre la literatura que trabajo y el proceso escritural. Les invito a darle like y suscribirse al canal de Óscar que siempre ha apoyado a los escritores contemporáneos. Espero que la disfruten!

Fragmento de escritura

(sin titulo)

(libro en proceso)

Mientras la aguja rasga como la navaja de un patín sobre hielo y este disco gira,  permanezco en hipnosis absoluta observando las líneas finas y alguna que otra gruesa dando vueltas. Grafías del silencio. Lo que calla no es oculto, es un relieve. La agu  es una flor cadáver que se asemeja a una bailarina haciendo un clavado en el agua púrpura que se dispara al cielo. Amorphophallus titanum. Su inmensa arquitectura es un proceso. Dicen que hay  espíritus que hierven y bailan alrededor de la flor. Es el olor de los movimientos lentos en el abrir de sus páginas pétalos una  cápsula que guarda su  geometría imperial. Porque es lo oculto, lo enigmático, la ausencia acaso de alguna palabra exacta lo que contiene esta música que ahora es agua, hueco en el papel dentro de un agujero como esos que pueblan el espacio y  que atrae para sí todo léxico en busca  de sentido.  Alguna vez escribí aĺgo que titulé la palabra de hielo ¿ lo recuerdas? eran tiempos gélidos.  Aquella escritura era un laberinto así de flores gigantescas, un hilo de fuego haciendo camino de espesura vegetal y como en aquel cuento, yo estaba alejada del personaje, un poco más adentro de la parte más frondosa de la selva grabada sobre una gran pieza de hielo.  Todos tenemos un bosque incendiado  en el centro del pecho. Llenos de bestias y fauces que apretadas sueltan ríos de lágrimas y una baba espesa como la espuma del último mar en el que se sumerge uno ante la ausencia de un trazo memorioso. Inútil transitar esas dosis de imposibles gestos que súbitas nos estremecen como un deja vu.

Era una ristra de maldiciones pequeñas e inevitables, contenidas en cada una de las letras de aquella palabra grabada como sendero ataviado de navajas, bóveda de nuestro más guardado sortilegio. Destrozos de conjuros. Hacía viento. La palabra estaba escrita. Y al llegar te recibi con la velocidad de saber que era tremenda estupidez pero nos reíamos y eso era suficiente. Luego estuve soñando por meses el mismo sueño. Un cúmulo de arañas azuladas con ocho ojos salían disparadas de las grietas en el hielo dejando sus crías atestadas entre aquellos cuchillos helados. Siempre pensé que eso significaba algo. Alguna señal de lo insólito sería tal vez u otro modo de pensar lo lejos que ahora te encuentras de mí con esa distancia de Andrómeda y Vía Láctea acercándose a un ritmo imposible. Cuán obsidiano aquel beso debajo de una campana que anunciaría tu lejanía. Son las tres de la mañana. Tengo las manos cansadas. La piel en la yema de los dedos son pequeños pañuelos raídos. Esto lo tecleo en una Underwood que me salió a 12 pesos en un flea market de la Main Street; más barata que la de Cassady aunque casi nueva como aquella en la que escribió largas cartas de amor, palabra escurridiza esa, manoseada hasta el hartazgo, un asir fuerte a lo oculto por donde mismo parte la soga del sentido . Un clavado al agua púrpura es esta carta que no sé si llegará intacta. Hay cierta fragilidad en la huella dactilar que sella el sobre. El disco sigue girando. La palabra sobre el hielo es mi signo de hambre que comienza donde acaba tu deseo. Conflagración hospedada en la piel como paisaje. Fósil de hielo que transmuta en fuego.

Las zonas más áridas son aquellas en las cuales viaja el agua y se incrusta en las piedras del surco. Adormecida la lengua llega el hijo de una bestia que copula en las copas de ârboles gigantes y pueblan una selva inhóspita. Allí se recrea la fiera rebuscando con pezuñas de metal un manjar de frutas preservadas por un hombre ya muerto que yace justo al lado de su caballo vencido. Qué cosas musitaba, qué de terribles sonidos burbujeantes que hacía callar los pájaros de aquella tarde, de todas las tardes, de los silencios terribles que irrumpían, relámpagos de aire. No había un alma sino la de esta fiera que despacio recorría las veredas entre árboles sin tropezar ni una vez. De camino a despojar en el agua los demonios que la pueblan y que encantados son un largo hilo enredado: una esfera que aglutinó cosas de otro tiempo y del tiempo en otro tiempo, un vórtex de escenarios y cosas que marcan el tiempo. Como una taza mirada desde arriba. Sabes que los sueños se encuentran ahí despertando, insólitos sonidos en la memoria, injerto del tiempo en otro tiempo contenido. Despojaría la bestia su piel desgarrada de humaredas que salen de su boca regurgitando algunas horas perdidas, imaginando su próxima cosecha? Uno que hablaba en lenguas contaba que en medio de la selva yacen en el aire los corazones de aquellos que la atravesaron en la noche. Imposible dormirse entre esos gigantescos árboles para soñar con jaguares del tamaño de una casa, quebradizos como el pisar sobre las hojas secas con el aroma del musgo que habita en esas sombras. Quienes sueñan han contado que despiertan y ven desde los ojos de un jaguar el suelo cubierto de hojas que crujen al paso de la bestia. Una flor de lava revienta ante sus ojos: la fiera despierta.

[fragmento de escritura]

glendalys marrero

[fragmento]

[Fragmento de escritura]

Se desprenden los brazos a la orilla y el cuerpo es un naufragio que no comprendes del todo. Aunque ahí está la luz que se refleja, piedra pulida sobre el agua. Lo elusivo se instala nuevamente como la sombra de la cabeza del caballo sobre las sábanas en aquella película que vimos juntos. No sabíamos cual era la dimensión precisa de la sombra por ocupar como espejo que estalla y se escucha la arena golpear la ventana y sabes que hay viento y la posibilidad de poner los ojos abiertos contra el aire es solo una ilusión óptica.

Qué cosas decías en tus cartas tan terribles y pequeñas que cabían en la palma de la mano que alguna vez leyó una clarividente con una pañoleta de colores de un misterio. Las cosas evidentes son las más misteriosas porque es la inmediatez lo que hace que la realidad esté descoyuntada. Una osadía estúpida a querer ocupar como un vehículo todoterreno este aire que salpica ráfagas de algún modo asesinas de algo pequeño que se oculta en el pecho, justo en el corazón.

Te detienes. Tienes frente a ti unas palabras, las lees, un tren pasa adentro de tus párpados y estás en otro lugar. Descoyuntado tu que hay una grieta por la que se cuelan todas las pesadillas posibles. Un magnetismo.

monedas
nidos de avispas
peluches
tazas
pomos
monedas
postales
saleros
figuritas de maicena
zapatillas
comics
libros
relojes
monedas
licores en botellas diminutas
xilografias
viruta de lápiz
sobres
sellos

Hay una sombra instalada en el olvido. A veces me pregunto cuanto de ella habia en la fotografia. Mi silencio en contra de la opacidad de la foto. Esa lámina que fantasmagórica lo dispersa todo sobre la superficie. Un tren pasa adentro de tus párpados y estás en otro lugar.
La opacidad del océano es una vastedad que nos sobrepasa, en las aguas subterráneas hay temperaturas que en su punto de hervor habitan criaturas marinas que suscitan extrañeza y nos resta importancia.

Recordé entonces su colección de orbes y de mantas de humo saliendo de algunas de las esquinas de su casa que se había hecho un sahumerio y hubo que rociar agua con sal en las paredes, en las esquinas y en las cornisas donde las arañas tejen pactos invisibles. El día del cumpleaños su madre en un arranque de ira buscó las velas, un cuchillo y una caja de fósforos y como ritual inusitado las colocó una a una con un ritmo lento, con delicadeza, alrededor del matre de su cama. Prendió las velas. La casa era un incendio. Ella había trancado las puertas de la casa y sólo pude asomarme a través de una persiana semiabierta en la que tenía el mar a mis espaldas.

…..
[libro en proceso]
~glendalys marrero♠️

[microfragmento de escritura]

El espacio entre ella y yo era un remolino del tiempo en centrífuga hacia una dimensión fuera de la textura y el aroma de las cosas. Terrible era olvidar cada suceso, cada roce, cada una de las palabras dichas o escritas. Más terrible era recordarlo todo, cada desplazamiento de las manos, de la boca, del sudor descendente en la sien, el temblor de los ojos, lo atroz de un agujero en las miradas, las palabras y los alientos del abismo al que ambos en cada encuentro nos lanzábamos. Alguna vez enmarcamos una foto. Dos risas congeladas en el tiempo de la finitud de las cosas. Sabíamos que pertenecería más al tiempo de la temperatura espectral, un tiempo raído dónde la ausencia sería un hueco que perfora el alma si nos viene a la memoria. Cuando los cuerpos se despojan del salitre y supura el dolor, entonces recurrimos a la amalgama de contornos y figuras que levantan un escenario con una cortina tan pesada que requiere de un esfuerzo fuera de nuestra humanidad para avistar un memento, la cristalización de un nexo entre dos lenguas amarradas. Algo así para ella era el amor. Y en un tiempo de odios tan pornográficos y contundentes ella prefería acomodar todo su cuerpo bajo aquel telón pesado y dejar de recordarlo todo para súbitamente ser espectador de cada memoria táctil, sonora y escrita igual que un fantasma asiste al momento de ser liberado de un cuerpo que yace sobre una fina capa de hielo suspendida en el abismo. Todos cargamos olvidos como fantasmas densos que escapan incesantemente de las sombras. Y esa era la sutil manera de ella pertenecer al mundo.

glendalys marrero~

imagen de Zoltan Tasi

[fragmento]

El espacio entre ella y yo era un remolino del tiempo en centrífuga hacia una dimensión fuera de la textura y el aroma de las cosas. Terrible era olvidar cada suceso, cada roce, cada una de las palabras dichas o escritas. Más terrible era recordarlo todo, cada desplazamiento de las manos, de la boca, del sudor descendente en la sien, las palabras y los alientos del abismo al que ambos en cada encuentro nos lanzábamos. Alguna vez enmarcamos una foto. Dos risas congeladas en el  tiempo de la finitud de las  cosas. Sabíamos que pertenecería más al tiempo  de la temperatura espectral, un tiempo raído  dónde la ausencia sería un hueco que perfora el alma si nos viene a la memoria. Cuando los cuerpos se despojan del salitre y supura el dolor, entonces recurrimos a la amalgama de contornos y figuras que levantan un escenario con una cortina tan pesada que requiere de un esfuerzo fuera de nuestra humanidad para avistar un memento, una cristalización de un nexo entre dos lenguas amarradas. Algo así para ella era el amor. Y en un tiempo de odios tan pornográficos y contundentes ella prefería poner todo su cuerpo bajo el peso de aquel telón pesado y dejar de recordarlo todo para súbitamente ser espectador de cada memoria táctil, sonora y escrita igual que un fantasma asiste al momento de ser liberado de un cuerpo que yace sobre una fina capa de hielo suspendida en el abismo. Todos cargamos olvidos como fantasmas densos que escapan incesantemente de las sombras. Y esa era la sutil manera de ella pertenecer al mundo.