Te invito a ver esta entrevista que me realizó Óscar Lamela Méndez desde Leganés, Madrid en España.

Les comparto esta entrevista que me realizó Óscar Lamela Mèndez y en la cual hablo sobre la literatura que trabajo y el proceso escritural. Les invito a darle like y suscribirse al canal de Óscar que siempre ha apoyado a los escritores contemporáneos. Espero que la disfruten!

Fragmento de escritura

(sin titulo)

(libro en proceso)

Mientras la aguja rasga como la navaja de un patín sobre hielo y este disco gira,  permanezco en hipnosis absoluta observando las líneas finas y alguna que otra gruesa dando vueltas. Grafías del silencio. Lo que calla no es oculto, es un relieve. La agu  es una flor cadáver que se asemeja a una bailarina haciendo un clavado en el agua púrpura que se dispara al cielo. Amorphophallus titanum. Su inmensa arquitectura es un proceso. Dicen que hay  espíritus que hierven y bailan alrededor de la flor. Es el olor de los movimientos lentos en el abrir de sus páginas pétalos una  cápsula que guarda su  geometría imperial. Porque es lo oculto, lo enigmático, la ausencia acaso de alguna palabra exacta lo que contiene esta música que ahora es agua, hueco en el papel dentro de un agujero como esos que pueblan el espacio y  que atrae para sí todo léxico en busca  de sentido.  Alguna vez escribí aĺgo que titulé la palabra de hielo ¿ lo recuerdas? eran tiempos gélidos.  Aquella escritura era un laberinto así de flores gigantescas, un hilo de fuego haciendo camino de espesura vegetal y como en aquel cuento, yo estaba alejada del personaje, un poco más adentro de la parte más frondosa de la selva grabada sobre una gran pieza de hielo.  Todos tenemos un bosque incendiado  en el centro del pecho. Llenos de bestias y fauces que apretadas sueltan ríos de lágrimas y una baba espesa como la espuma del último mar en el que se sumerge uno ante la ausencia de un trazo memorioso. Inútil transitar esas dosis de imposibles gestos que súbitas nos estremecen como un deja vu.

Era una ristra de maldiciones pequeñas e inevitables, contenidas en cada una de las letras de aquella palabra grabada como sendero ataviado de navajas, bóveda de nuestro más guardado sortilegio. Destrozos de conjuros. Hacía viento. La palabra estaba escrita. Y al llegar te recibi con la velocidad de saber que era tremenda estupidez pero nos reíamos y eso era suficiente. Luego estuve soñando por meses el mismo sueño. Un cúmulo de arañas azuladas con ocho ojos salían disparadas de las grietas en el hielo dejando sus crías atestadas entre aquellos cuchillos helados. Siempre pensé que eso significaba algo. Alguna señal de lo insólito sería tal vez u otro modo de pensar lo lejos que ahora te encuentras de mí con esa distancia de Andrómeda y Vía Láctea acercándose a un ritmo imposible. Cuán obsidiano aquel beso debajo de una campana que anunciaría tu lejanía. Son las tres de la mañana. Tengo las manos cansadas. La piel en la yema de los dedos son pequeños pañuelos raídos. Esto lo tecleo en una Underwood que me salió a 12 pesos en un flea market de la Main Street; más barata que la de Cassady aunque casi nueva como aquella en la que escribió largas cartas de amor, palabra escurridiza esa, manoseada hasta el hartazgo, un asir fuerte a lo oculto por donde mismo parte la soga del sentido . Un clavado al agua púrpura es esta carta que no sé si llegará intacta. Hay cierta fragilidad en la huella dactilar que sella el sobre. El disco sigue girando. La palabra sobre el hielo es mi signo de hambre que comienza donde acaba tu deseo. Conflagración hospedada en la piel como paisaje. Fósil de hielo que transmuta en fuego.

Las zonas más áridas son aquellas en las cuales viaja el agua y se incrusta en las piedras del surco. Adormecida la lengua llega el hijo de una bestia que copula en las copas de ârboles gigantes y pueblan una selva inhóspita. Allí se recrea la fiera rebuscando con pezuñas de metal un manjar de frutas preservadas por un hombre ya muerto que yace justo al lado de su caballo vencido. Qué cosas musitaba, qué de terribles sonidos burbujeantes que hacía callar los pájaros de aquella tarde, de todas las tardes, de los silencios terribles que irrumpían, relámpagos de aire. No había un alma sino la de esta fiera que despacio recorría las veredas entre árboles sin tropezar ni una vez. De camino a despojar en el agua los demonios que la pueblan y que encantados son un largo hilo enredado: una esfera que aglutinó cosas de otro tiempo y del tiempo en otro tiempo, un vórtex de escenarios y cosas que marcan el tiempo. Como una taza mirada desde arriba. Sabes que los sueños se encuentran ahí despertando, insólitos sonidos en la memoria, injerto del tiempo en otro tiempo contenido. Despojaría la bestia su piel desgarrada de humaredas que salen de su boca regurgitando algunas horas perdidas, imaginando su próxima cosecha? Uno que hablaba en lenguas contaba que en medio de la selva yacen en el aire los corazones de aquellos que la atravesaron en la noche. Imposible dormirse entre esos gigantescos árboles para soñar con jaguares del tamaño de una casa, quebradizos como el pisar sobre las hojas secas con el aroma del musgo que habita en esas sombras. Quienes sueñan han contado que despiertan y ven desde los ojos de un jaguar el suelo cubierto de hojas que crujen al paso de la bestia. Una flor de lava revienta ante sus ojos: la fiera despierta.

[fragmento de escritura]

glendalys marrero

[fragmento]

[Fragmento de escritura]

Se desprenden los brazos a la orilla y el cuerpo es un naufragio que no comprendes del todo. Aunque ahí está la luz que se refleja, piedra pulida sobre el agua. Lo elusivo se instala nuevamente como la sombra de la cabeza del caballo sobre las sábanas en aquella película que vimos juntos. No sabíamos cual era la dimensión precisa de la sombra por ocupar como espejo que estalla y se escucha la arena golpear la ventana y sabes que hay viento y la posibilidad de poner los ojos abiertos contra el aire es solo una ilusión óptica.

Qué cosas decías en tus cartas tan terribles y pequeñas que cabían en la palma de la mano que alguna vez leyó una clarividente con una pañoleta de colores de un misterio. Las cosas evidentes son las más misteriosas porque es la inmediatez lo que hace que la realidad esté descoyuntada. Una osadía estúpida a querer ocupar como un vehículo todoterreno este aire que salpica ráfagas de algún modo asesinas de algo pequeño que se oculta en el pecho, justo en el corazón.

Te detienes. Tienes frente a ti unas palabras, las lees, un tren pasa adentro de tus párpados y estás en otro lugar. Descoyuntado tu que hay una grieta por la que se cuelan todas las pesadillas posibles. Un magnetismo.

monedas
nidos de avispas
peluches
tazas
pomos
monedas
postales
saleros
figuritas de maicena
zapatillas
comics
libros
relojes
monedas
licores en botellas diminutas
xilografias
viruta de lápiz
sobres
sellos

Hay una sombra instalada en el olvido. A veces me pregunto cuanto de ella habia en la fotografia. Mi silencio en contra de la opacidad de la foto. Esa lámina que fantasmagórica lo dispersa todo sobre la superficie. Un tren pasa adentro de tus párpados y estás en otro lugar.
La opacidad del océano es una vastedad que nos sobrepasa, en las aguas subterráneas hay temperaturas que en su punto de hervor habitan criaturas marinas que suscitan extrañeza y nos resta importancia.

Recordé entonces su colección de orbes y de mantas de humo saliendo de algunas de las esquinas de su casa que se había hecho un sahumerio y hubo que rociar agua con sal en las paredes, en las esquinas y en las cornisas donde las arañas tejen pactos invisibles. El día del cumpleaños su madre en un arranque de ira buscó las velas, un cuchillo y una caja de fósforos y como ritual inusitado las colocó una a una con un ritmo lento, con delicadeza, alrededor del matre de su cama. Prendió las velas. La casa era un incendio. Ella había trancado las puertas de la casa y sólo pude asomarme a través de una persiana semiabierta en la que tenía el mar a mis espaldas.

…..
[libro en proceso]
~glendalys marrero♠️

[microfragmento de escritura]

El espacio entre ella y yo era un remolino del tiempo en centrífuga hacia una dimensión fuera de la textura y el aroma de las cosas. Terrible era olvidar cada suceso, cada roce, cada una de las palabras dichas o escritas. Más terrible era recordarlo todo, cada desplazamiento de las manos, de la boca, del sudor descendente en la sien, el temblor de los ojos, lo atroz de un agujero en las miradas, las palabras y los alientos del abismo al que ambos en cada encuentro nos lanzábamos. Alguna vez enmarcamos una foto. Dos risas congeladas en el tiempo de la finitud de las cosas. Sabíamos que pertenecería más al tiempo de la temperatura espectral, un tiempo raído dónde la ausencia sería un hueco que perfora el alma si nos viene a la memoria. Cuando los cuerpos se despojan del salitre y supura el dolor, entonces recurrimos a la amalgama de contornos y figuras que levantan un escenario con una cortina tan pesada que requiere de un esfuerzo fuera de nuestra humanidad para avistar un memento, la cristalización de un nexo entre dos lenguas amarradas. Algo así para ella era el amor. Y en un tiempo de odios tan pornográficos y contundentes ella prefería acomodar todo su cuerpo bajo aquel telón pesado y dejar de recordarlo todo para súbitamente ser espectador de cada memoria táctil, sonora y escrita igual que un fantasma asiste al momento de ser liberado de un cuerpo que yace sobre una fina capa de hielo suspendida en el abismo. Todos cargamos olvidos como fantasmas densos que escapan incesantemente de las sombras. Y esa era la sutil manera de ella pertenecer al mundo.

glendalys marrero~

imagen de Zoltan Tasi

[fragmento]

El espacio entre ella y yo era un remolino del tiempo en centrífuga hacia una dimensión fuera de la textura y el aroma de las cosas. Terrible era olvidar cada suceso, cada roce, cada una de las palabras dichas o escritas. Más terrible era recordarlo todo, cada desplazamiento de las manos, de la boca, del sudor descendente en la sien, las palabras y los alientos del abismo al que ambos en cada encuentro nos lanzábamos. Alguna vez enmarcamos una foto. Dos risas congeladas en el  tiempo de la finitud de las  cosas. Sabíamos que pertenecería más al tiempo  de la temperatura espectral, un tiempo raído  dónde la ausencia sería un hueco que perfora el alma si nos viene a la memoria. Cuando los cuerpos se despojan del salitre y supura el dolor, entonces recurrimos a la amalgama de contornos y figuras que levantan un escenario con una cortina tan pesada que requiere de un esfuerzo fuera de nuestra humanidad para avistar un memento, una cristalización de un nexo entre dos lenguas amarradas. Algo así para ella era el amor. Y en un tiempo de odios tan pornográficos y contundentes ella prefería poner todo su cuerpo bajo el peso de aquel telón pesado y dejar de recordarlo todo para súbitamente ser espectador de cada memoria táctil, sonora y escrita igual que un fantasma asiste al momento de ser liberado de un cuerpo que yace sobre una fina capa de hielo suspendida en el abismo. Todos cargamos olvidos como fantasmas densos que escapan incesantemente de las sombras. Y esa era la sutil manera de ella pertenecer al mundo.

Asir el aire

El cuerpo como un todo, irreal, entre los cuerpos invisibles que habitan el mundo. zona limítrofe de la sombra. la delineación de la lógica. A veces es la promesa rota. Lo que no entendemos. lo que nos cuestiona a cada instante, qué somos y para qué.  Un átomo. Un nanosegundo de pulsión. El cuerpo es ánfora de las preguntas que nos hacemos incesantemente cuando estamos dormidos. Las líneas que traza la artista cuando fija la mirada sobre sí. No hay geometría posible teorizada al ámparo de una estética, porque todo lo ocupa y revela la estancia dónde duerme el laurel. Y esta figura que se expande y contrae igual que el universo nos regresa a la maravilla del enigma de un destello. Veo las manos pequeñas de mi hijo hacer un castillo de arena, veo su boca expandirse en una sonrisa como su fuese una hilera de algas sobre la arena mojada. Veo que mi corazón se contrae igual que se retira el mar. Las maravillas de la vida se expanden y nos volvemos destellos de estrellas lanzados al aire y podemos decir que no pocas veces se ama la vida y que somos agua y al agua vuelven nuestros sueños. Los sueños de mi hijo: él los guarda con sus pequeñas manos sobre la arena, le coloca caracoles y los adorna de un jardín marino y salado, igual que al nacer, destella un fulgor que sale de las líneas que figura su cuerpo sobre la arena e impregna la vida de un misterio que lo inunda todo con su luz. En el cuerpo de mi hijo habitan las estrellas, ese es el sueño de la madre que hizo una casa en la arena para que nunca se pierdan así se las lleve el mar.

glendalys marrero~

«A veces cuando escribo pienso que al otro lado están los ojos vacíos de una fantasma lectora de códigos oblicuos y que es el lenguaje cifrado el que muestra los abismos en los que estará suspendida una vez desatada la escritura, caballo salvaje, una vez pausada, abandonada, una ruina concluida y hasta tal vez repetida, desbordada la mirada fantasma que salta de palabra en palabra suspendida sobre el vapor del ser, seducciones del lenguaje: un mecanismo invisible como fulguraciones mínimas y un tropiezo que desata el engima de un árbol que duerme.»

glendalys marrero~

fragmento

Que la arquitectura entre los tubos de ensayo y la cristalería de matraces y probetas le recordase la máquina como idea de movimiento no era nada nuevo. Se apertrechaba de  sonidos que van colocándose en secuencia, como una coreografía  aferrada a los colores que descansan en el ático de la memoria. Se sentía como un idiota cabal. La idea de que olvidara su curiosidad por las artes plásticas que le hablaba en aquel sermón una y otra vez repetido por su tío como una lluvia constante, una caída de objetos lanzados desde otra parte, aquellos  ecos abiertos en el oscuro desierto de Sonora cada vez le caían peor. Querría con un abanicar del brazo sobre la superificie tirar todo al suelo, ver los cristales destrozados con las substancias reactivas humeando colores y olores insoportables. Querría tirarlo todo al abismo del cual jamás regresamos iguales. Quería tomar en la mano un pincel y abasteserse del sentido de las cosas. Tomarlas por su filo, volverlas navajas, cuchillos que atraviesan los enigmas y encendiendo farolas para iluminar nuestra casa de espejos abandonados por nosotros mismos. Footprints del album blue note suena. ¿Cuál es la pregunta? Una respuesta muerta.

[escritura en proceso/glendalys.marrero]