Lo que le inquietaba, cuando se desvelaba, era esa distancia entre la palabra y lo que la palabra representa. El sentido inasible de la existencia de las cosas en el sonido espejo donde reconocemos un lugar común. Un fotógrafo que siempre quiso ser director de cine, cada vez que fijaba el botón de su cámara sentía que se interponía distancia entre el objeto capturado y la memoria. Luego, repasando sus fotos impresas, se quedaba con la sensación de que tenía recuerdos por asir, como sentir la tensión de un hilo de pescar y percatarse que el anzuelo está enganchado a un vacío. Nada pasa, hubo una fuga. Así era que él definía la vida, una fuga constante de memorias. Mientras me leas yo existiré. Le decía en sus cartas. Para él, esa línea era casi como aquel disco de Miles Davis que solían disfrutar juntos los viernes en la tarde o la fina tela que cubre la acerola que ella acostumbraba dejar en una esquina del plato y que él recordaba al escuchar el nombre de la fruta.
[Fragmento de novela]