Aquel sabor amargo
del que muerto nos lanza hacia la
hoguera
es desprecio azuzando al fuego
que se levanta como una gran pared
e imperiosamente nos recuerda:
No somos fragmentos de huesos
lanzados al mar.
La insistencia en existir es la bandera.
Lo que asume una certeza de árbol,
una hoja.
Los que no tenemos nada
para saltar al vacío
del que nada pierde.
Hay un intervalo que pende
entre el mundo y la muerte.
Nos toca abandonar la sed
anclada por canallas en las bocas.
Profanar nuestras tumbas.
Que se levanten osarios
transformados en cuerpos.
Tomar la venganza de nuestros
muertos traicionados.
Ser un bosque en llamas.
La impetuosidad de un héroe.
Un grito que atraviesa
la superficie de todas las quietudes.