[microfragmento de escritura]

El espacio entre ella y yo era un remolino del tiempo en centrífuga hacia una dimensión fuera de la textura y el aroma de las cosas. Terrible era olvidar cada suceso, cada roce, cada una de las palabras dichas o escritas. Más terrible era recordarlo todo, cada desplazamiento de las manos, de la boca, del sudor descendente en la sien, el temblor de los ojos, lo atroz de un agujero en las miradas, las palabras y los alientos del abismo al que ambos en cada encuentro nos lanzábamos. Alguna vez enmarcamos una foto. Dos risas congeladas en el tiempo de la finitud de las cosas. Sabíamos que pertenecería más al tiempo de la temperatura espectral, un tiempo raído dónde la ausencia sería un hueco que perfora el alma si nos viene a la memoria. Cuando los cuerpos se despojan del salitre y supura el dolor, entonces recurrimos a la amalgama de contornos y figuras que levantan un escenario con una cortina tan pesada que requiere de un esfuerzo fuera de nuestra humanidad para avistar un memento, la cristalización de un nexo entre dos lenguas amarradas. Algo así para ella era el amor. Y en un tiempo de odios tan pornográficos y contundentes ella prefería acomodar todo su cuerpo bajo aquel telón pesado y dejar de recordarlo todo para súbitamente ser espectador de cada memoria táctil, sonora y escrita igual que un fantasma asiste al momento de ser liberado de un cuerpo que yace sobre una fina capa de hielo suspendida en el abismo. Todos cargamos olvidos como fantasmas densos que escapan incesantemente de las sombras. Y esa era la sutil manera de ella pertenecer al mundo.

glendalys marrero~

imagen de Zoltan Tasi

[fragmento]

El espacio entre ella y yo era un remolino del tiempo en centrífuga hacia una dimensión fuera de la textura y el aroma de las cosas. Terrible era olvidar cada suceso, cada roce, cada una de las palabras dichas o escritas. Más terrible era recordarlo todo, cada desplazamiento de las manos, de la boca, del sudor descendente en la sien, las palabras y los alientos del abismo al que ambos en cada encuentro nos lanzábamos. Alguna vez enmarcamos una foto. Dos risas congeladas en el  tiempo de la finitud de las  cosas. Sabíamos que pertenecería más al tiempo  de la temperatura espectral, un tiempo raído  dónde la ausencia sería un hueco que perfora el alma si nos viene a la memoria. Cuando los cuerpos se despojan del salitre y supura el dolor, entonces recurrimos a la amalgama de contornos y figuras que levantan un escenario con una cortina tan pesada que requiere de un esfuerzo fuera de nuestra humanidad para avistar un memento, una cristalización de un nexo entre dos lenguas amarradas. Algo así para ella era el amor. Y en un tiempo de odios tan pornográficos y contundentes ella prefería poner todo su cuerpo bajo el peso de aquel telón pesado y dejar de recordarlo todo para súbitamente ser espectador de cada memoria táctil, sonora y escrita igual que un fantasma asiste al momento de ser liberado de un cuerpo que yace sobre una fina capa de hielo suspendida en el abismo. Todos cargamos olvidos como fantasmas densos que escapan incesantemente de las sombras. Y esa era la sutil manera de ella pertenecer al mundo.

Asir el aire

El cuerpo como un todo, irreal, entre los cuerpos invisibles que habitan el mundo. zona limítrofe de la sombra. la delineación de la lógica. A veces es la promesa rota. Lo que no entendemos. lo que nos cuestiona a cada instante, qué somos y para qué.  Un átomo. Un nanosegundo de pulsión. El cuerpo es ánfora de las preguntas que nos hacemos incesantemente cuando estamos dormidos. Las líneas que traza la artista cuando fija la mirada sobre sí. No hay geometría posible teorizada al ámparo de una estética, porque todo lo ocupa y revela la estancia dónde duerme el laurel. Y esta figura que se expande y contrae igual que el universo nos regresa a la maravilla del enigma de un destello. Veo las manos pequeñas de mi hijo hacer un castillo de arena, veo su boca expandirse en una sonrisa como su fuese una hilera de algas sobre la arena mojada. Veo que mi corazón se contrae igual que se retira el mar. Las maravillas de la vida se expanden y nos volvemos destellos de estrellas lanzados al aire y podemos decir que no pocas veces se ama la vida y que somos agua y al agua vuelven nuestros sueños. Los sueños de mi hijo: él los guarda con sus pequeñas manos sobre la arena, le coloca caracoles y los adorna de un jardín marino y salado, igual que al nacer, destella un fulgor que sale de las líneas que figura su cuerpo sobre la arena e impregna la vida de un misterio que lo inunda todo con su luz. En el cuerpo de mi hijo habitan las estrellas, ese es el sueño de la madre que hizo una casa en la arena para que nunca se pierdan así se las lleve el mar.

glendalys marrero~

Fragmento de novela

Mirando por la ventana mientras se escucha Weary Blues interpretada por Johnny Hodges y Duke Ellington, el sax me hunde en el pensamiento: hay un tiempo duro para amar y es este. La objetificación del propio ser ante todo, como concepto que antagoniza lo que se desenvuelve frente a sí mismo…cómo no ha de haber escepticismo en el acto desprendido de otro?, cómo no ha de haber una cuerda floja a punto de romperse en el mensaje de una voluntad de amar, o una comodidad sostenida, en el estar quieto frente a otro, como un pincel hundido en la humedad de la acuarela. Estos Days of Wine and Roses de Wes Montgomery, que nos recuerdan que una copa de vino o una rosa no son nada si se tienen en la soledad. No es lo mismo guardada en un domo de vidrio. O acaso el vino es la rosa líquida que nos recuerda aquello que antes era dar y ahora apenas se nos olvida porque el mensaje constante es confrontarnos a un espejo que es un lago que todos los dias se evapora y hay que zambullirse para rehacerlo de nuevo cada mañana. Yo una vez quise decir una verdad. Pero la palabra amor no fue suficiente. Acaso el tigre de cristal se impone como un piano de hielo carente de un humanismo que si acudiese a la melodia de la fragilidad entonces se atisbase una esencia como el aire sostenido en la esencia de las cosas. Quien ama es desperdicio en estos tiempos que el ruido todo lo devora y los reflejos del agua son fauces que aciagos atraviesan el numen.

[Fragmento, escritura en proceso/glendalys marrero♤]

Figuración nocturna

Es así la luna

que uno se pierde en ella,

es la pregunta que hacemos

cuando nos golpea su sombra.

Un magacín científico

podría explicarnos cosas,

pero el enigma

de verla cada cierto tiempo

Incesante

Incandescente

Es una presencia abismal

que bordea el rastro de las cosas.

Ella nos guarda secretos

y nos despierta

en las memorias dormidas

que seducen a su entorno.

Y se figura

como un cuadro de Kandinsky.

Es el humo que se queda suspendido

luego del incendio de las cosas.

La luna es un crimen perfecto.

Nos ata al misterio del silencio

cómplice de sueños

que nos despierta agitados

como un atardecer de nubes que se mezclan

y nos sorprende

aún cuando estamos dormidos.

Hay un silencio cruel

que da a la suerte con su nombre.

Es la palabra universal 

que de cada boca

ha salido alguna vez.

Un beso alienígena que esparce su sombra.

Subrepticio.

En la luna hay un cadáver.

Nadie lo ve.

Eso no es nada.

En cada poema lo hay.

El ojo es una serpiente que se alarga

hasta avistar el hallazgo.

Es el signo suspendido de la duda.

La luna no tiene atmósfera,

no hay música

y la noche es noche toda.

En la dureza de las cosas,

debajo de las piedras,

entre las páginas de un libro oculto

hay palabras que cuelgan

de tendederos rancios.

Relámpagos que huyen

Se escapan

Sueñan a ser pâjaros perdidos

en alguna tormenta de hielo.

[nota de la autora, intenté transcribir el poema con los espacios y desplazamientos de palabras como están en el original pero no se reflejó así en esta plataforma, sigo intentando la transcripción fiel al original. Esos espacios y desplazamientos son el aire de silencio necesario para sostener el ritmo y la arquitectura del poema. También es lo necesario para que el poema respire.]

Conversación en la neblina

A los ojos lectores que han expresado el interés en saber la fecha de publicación de este libro les escribo emotivamente para enterarles que este objeto ya ocupa espacio en nuestro universo de cosas.

Lo pueden reservar escribiéndome al email: alys.marrero12@gmail.com o pulsando en la columna lateral. Les presento la maravillosa portada diseñada por la artista gráfica Adaris Garcia Otero. Y el comentario en la contraportada, que es un texto maravilloso en sí mismo, escrito por nuestra gran escritora puertorriqueña Marta Aponte:

Espero que su lectura sea un viaje a la multiplicidad de universos que nos ofrece el mundo, un viaje al enigma que habita en la mente y en las cosas. ¡Gracias por leer! ¡Gracias por apoyar nuestra literatura puertorriqueña!

Invisibles

Imposible abandonar esa ciudad

donde las palabras se tornaron cosas

que se vuelven vida:

La música emana

de los pájaros que golpean con su vuelo

los cristales de los edificios.

Sentarse a esperar el tren

que sin duda llegará vacío,

erigiendo sombras,

es un ritual vespertino

destellando pasadizos del recuerdo

como soles que visitan cada tarde.

La industria alemana

no pudo inventar

lo que a nosotros nos tomó una madrugada.

Un código inquebrantable,

pero frágil,

la memoria de la mano que servía el café

sobre las mesas desérticas

teorizadas, conceptuales,

evocando con pinceles

una piedra tan azul

que estaba hecha de nubes.

Y así,

sumergida

en la profundidad del mar,

la acuarela en la pared

de ese museo

que juntos construímos

bajo la superficie.

Donde antes hubo un parque

ahora hay una catedral

y un campanario de jade.

Cuentan los que visitan

que el roce de brisa en las campanadas

suele dar la hora.

Los espectros

que habitaban aquel tren

lanzan desde el aire

ecos que quiebran los vitrales.

La nostalgia del aroma

que deja tras de sí,

como huella luminosa,

la mutación de la luna.

Sabiendo que sólo pasaría

tu silueta cincelada sobre el agua,

compré la taquilla del cine

para esa película que nunca veríamos.

Dicen que el lienzo relator

queda iluminando trazos parpadeantes

sobre las butacas tan vacías de nosotros.

Allí los niños juegan con sus sombras

para no sentirse solos.

Sobre la mesa de noche

hay una foto,

como el tren deshabitado,

en la que nada se ve

pero se siente

la mirada fulminante

que fulge del fantasma

de quien

soy

el único testigo.

Deshielo y pleamar

Si los ocasos sueñan
¿qué sueñan los ocasos?


Nenúfar que sostiene ingrávido
su imagen en el agua


Una sombra proyectada

sobre la noche misma.


Órbita de ese minuto falaz
que tropieza al instante
en que me miro al espejo
y hurgo lo que está hundido en los ojos
como un barco de vidrio.

Abriendo profundidades en el glaciar

que tengo cautivo en el pecho.


Desmenuzando las agujas del hielo.

Evocando la mirada de serpiente.

Al sol de hoy
la espesura es una ruta de piedra
merodeando un hallazgo cotidiano.

Almenas de berilo

Piedra de Ofir

Azul de Prusia

Amarillo de cromo

Verde Veronés

El aroma del espliego
Y la espiga de unas flores azuladas
Me recuerdan la cercanía con que respira la muerte.

Calopsia


El fotógrafo buscaba el relámpago

en el ojo de una aguja.

En la fosa marina

donde comienza el mar.

En las hojas de los árboles

que voltean sus plateadas verdades en la sombra

En el bolígrafo puesto vencido

sobre el blanco mustio de un papel

que duerme sobre la mesa.

El fotógrafo

ha desaparecido
buscando la piedra filosofal.
¿Acudirá la forma a socavar la paz del sueño?
Buscaba un fulgor instantáneo.
Rielar de lumbre sobre el pedernal.
Sus colores son el arrebol
rosáceo, violáceo azul de algún agua apacible
Vasija, venablo, ánfora,
Forjados por el calor y el tacto
con líquidos untuosos,
aroma de cedro,
almenas de berilo, rubí y piedra de Ofir.

El doble filo del lenguaje no era la máscara, sino las multitudes contenidas en la partícula más compacta.

La que se deja al borde de un vaso.

Un recuerdo.

Un ojo de aguja.