Las zonas más áridas son aquellas en las cuales viaja el agua y se incrusta en las piedras del surco. Adormecida la lengua llega el hijo de una bestia que copula en las copas de ârboles gigantes y pueblan una selva inhóspita. Allí se recrea la fiera rebuscando con pezuñas de metal un manjar de frutas preservadas por un hombre ya muerto que yace justo al lado de su caballo vencido. Qué cosas musitaba, qué de terribles sonidos burbujeantes que hacía callar los pájaros de aquella tarde, de todas las tardes, de los silencios terribles que irrumpían, relámpagos de aire. No había un alma sino la de esta fiera que despacio recorría las veredas entre árboles sin tropezar ni una vez. De camino a despojar en el agua los demonios que la pueblan y que encantados son un largo hilo enredado: una esfera que aglutinó cosas de otro tiempo y del tiempo en otro tiempo, un vórtex de escenarios y cosas que marcan el tiempo. Como una taza mirada desde arriba. Sabes que los sueños se encuentran ahí despertando, insólitos sonidos en la memoria, injerto del tiempo en otro tiempo contenido. Despojaría la bestia su piel desgarrada de humaredas que salen de su boca regurgitando algunas horas perdidas, imaginando su próxima cosecha? Uno que hablaba en lenguas contaba que en medio de la selva yacen en el aire los corazones de aquellos que la atravesaron en la noche. Imposible dormirse entre esos gigantescos árboles para soñar con jaguares del tamaño de una casa, quebradizos como el pisar sobre las hojas secas con el aroma del musgo que habita en esas sombras. Quienes sueñan han contado que despiertan y ven desde los ojos de un jaguar el suelo cubierto de hojas que crujen al paso de la bestia. Una flor de lava revienta ante sus ojos: la fiera despierta.

[fragmento de escritura]

glendalys marrero

fragmento de novela

Cavilaba en las horas de la madrugada cómo iba a explicarle a Marlene, como abordaría lo que ella llamaba entre risas «la bandada de dudas que solía revolotear en su cabeza.» Había aprendido a ser un animal suspicaz, inundado de preguntas para cualquier asunto, su mente era una frazada raída por la duda en sus cuatro esquinas, así era ella, preguntona, difícil de convencer para pensar algo similar a lo contrario ya instalado como un mueble en su cabeza, el elefante en la sala que no se quiere mover. Lo mío era cosa de ir despejando el lenguaje hasta encontrar la intención primigenia de quien comunica. Lo de ella era una paranoia perfecta. Manía que la hacía lucir con ojos desorbitados cuando llegaba la hora de dar explicaciones confundiendo a su interlocutor con un modo de asombro exagerado al abundar cualquier asunto. Yo le había explicado sobre lo problemático de asumir esa actitud ante las cosas, uno no puede andar por la vida demostrando el lado frágil que indica  cuánto enigma podría sorprendernos. Con Marlene había que entrarle al raciocinio como una mano sudada que intenta colocarse un guante de látex. Ocupando de a poco las cosas para que ella al menos considerase mi opinión, de algún modo tenía yo que convencerla que no todo destino puede ser leído a través de un naipe o en el fondo de una taza de café.

[escritura en proceso/glendalys.marrero]

Conversación en la neblina

A los ojos lectores que han expresado el interés en saber la fecha de publicación de este libro les escribo emotivamente para enterarles que este objeto ya ocupa espacio en nuestro universo de cosas.

Lo pueden reservar escribiéndome al email: alys.marrero12@gmail.com o pulsando en la columna lateral. Les presento la maravillosa portada diseñada por la artista gráfica Adaris Garcia Otero. Y el comentario en la contraportada, que es un texto maravilloso en sí mismo, escrito por nuestra gran escritora puertorriqueña Marta Aponte:

Espero que su lectura sea un viaje a la multiplicidad de universos que nos ofrece el mundo, un viaje al enigma que habita en la mente y en las cosas. ¡Gracias por leer! ¡Gracias por apoyar nuestra literatura puertorriqueña!

Conversación en la neblina

Hacía frío y yo sentía que si no fuese por el café que llevábamos en el termo no hubiésemos podido tener una platica coherente. Sentados sobre una piedra, mirando el acantilado del Cañón de San Cristóbal que en ese momento levantaba una nube sobre las montañas por su río caudaloso luego de las recientes lluvias. Se observaban las casas sobre zocos como robots cúbicos que se apoderan del monte, escenario idílico para godzilla y sus rivales. Con la mirada fija en sus manos al hablarme porque se movían como grandes aberrojos que escribían signos irreconocibles en el aire justo frente a mis ojos. Quería explicármelo todo, el accidente, lo inevitable, lo irremediable y lo insólito. Le aclaré que un sorbo de café no daba para tanta historia que in media res nos moriríamos de frío. La literatura no es la vida me recalcaba en tono grave como queriendo guardar un lugar intocable para su relato. Su relato no necesitaba ser visto bajo criterios de literariedad, peleaba con la palabra pero no tanto como con la poeticidad, le parecían conceptos horripilantes. ‘Yo sólo entiendo de pesca’ me decía con las manos azuzando el aire alrededor de ellas, eso de contarte me parece que está demás, añadía haciendo la mueca que su boca adquiría con la forma de barco hundiéndose en el mar.

[Fragmento de novela inédita]